Quiero hacerte saber lo que pienso, al mirarte, al hablarte, al reírte, al tocarte. Quiero hacerte saber que después de ti no hay nadie, que eres el culpable de que vea en ti lo que nadie ve. Quiero hacerte saber que son todos tus defectos los que conforman la perfección. Que no es otra la razón por la que me lloran los ojos noche tras noche, ni por la que estoy apática un fin de semana, o tres horas delante del espejo, analizando cada parte de mi cuerpo con lupa, haciendo más grande cualquier defecto que pueda encontrar en él, pero que en mi caso y, según mi propia conciencia, visto desde un punto estrictamente objetivo, son esos defectos los que hacen que me deteste. Que eres el único culpable de que ignore a los demás, de que no quiera verme abrazada a otros brazos ni sujeta a otra mano. Quiero hacerte saber que no tengo solución, que me doy por vencida y que no voy a esforzarme. Quisiera poder darte todo lo que hay detrás de una simple apariencia y de una falsa indiferencia. Quisiera pensar que todo cambia, y vivir de nuevo lo que me hizo sentir bien. Pero debo hacerme a la idea de que la realidad es a lo que me debo acostumbrar, y hacerme a la idea de que a esa realidad nunca me acostumbraré.